Jorge Beinstein - El fantasma del 2001 - El gobierno macrista se comporta como suelen hacerlo los llamados “sistemas caóticos” que a diferencia de los “inestables” (en desorden permanente) y de los “estables” (que tienden hacia el orden de manera irresistible), oscilan entre un polo ordenador, es decir un “atractor” neofascista y fuerzas que lo desordenan, que lo conducen hacia la crisis de
gobernabilidad.
La marcha hacia la dictadura mafiosa está apuntalada por tres estrategias convergentes: la corrupción de dirigentes, la represión de las protestas sociales y políticas y el bombardeo mediático. Son operaciones de eficacia incierta circulando en medio del hundimiento económico y de la pugna de intereses entre grupos dominantes, se apoyan además en una base social reaccionaria cuyo núcleo duro impulsado por una euforia neofascista está incrustado en las clases medias y altas.
La corrupción de dirigentes políticos y sindicales puede serle útil a corto plazo para imponer decisiones impopulares o frenar protestas pero desgasta a los corruptos, erosiona sus posiciones de poder reduciendo a no muy largo plazo su capacidad operativa, las hace cada vez más vulnerables ante el descontento popular.
Es lo que se percibe en los primeros meses del gobierno macrista respecto de la compra de sindicalistas, diputados, senadores y gobernadores.
La represión avanza, funciona un Ministerio de Seguridad subordinado al aparato de inteligencia de los Estados Unidos, han regresado las “policías bravas”, ha sido dictado un “Protocolo” de represión de protestas populares, aparecen las primeras expresiones, aparentemente desprolijas, de represión ilegal.
Pero no es seguro que esa estrategia de amedrentamiento tenga éxito, es posible que su efecto termine siendo el opuesto del que busca el gobierno, existe en Argentina una enraizada cultura de confrontación contra la brutalidad estatal que puede resultar un catalizador del desborde opositor.
El bombardeo mediático fue un instrumento decisivo de la llegada de Macri a la presidencia, tuvo una elevada eficacia atacando al gobierno y ampliando un vacío político que podía ser ocupado por opositores de derecha que se limitaban a denunciar al oficialismo contraponiendo promesas vagas de felicidad futura. Ahora esos medios tienen que cargar con la compleja tarea de defender a un régimen claramente antipopular.
En este nuevo escenario su eficacia es decreciente y el intento por compensar ese declive aumentando la presión mediática (de por si abrumadora) produce efectos de saturación y descrédito de dichas intoxicaciones hasta generar rechazos cada vez más fuertes.
Finalmente la base social neofascista puede se fanatizada al extremo por los medios de comunicación pero es casi imposible impedir que su área de influencia sobre todo en las clases medias se vaya reduciendo a medida que se prolonga la depresión económica, lo que terminará por deteriorar a ese sector reaccionario.
En síntesis, el sistema dispone de instrumentos y apoyos sociales crecientemente vulnerables, su fuerza depende en última instancia del grado debilidad de su adversario: el espacio popular, si este se pone en marcha fortaleciéndose en la pelea el instrumental autoritario podría sufrir fisuras, desgarramientos cada vez más importantes, su inevitable centralismo operativo acosado por una marea ascendente de ataques, resistencias y repudios iría perdiendo vitalidad acentuándose sus contradicciones internas, el contexto global turbulento debería contribuir a dicho proceso.
Tarde o temprano la resistencia popular puede llegar a convertirse en ofensiva general contra el sistema, la acumulación de despliegues combativos de los de abajo produciendo repliegues en las élites dominantes terminaría por generar un salto cualitativo de grandes dimensiones, no sería la primera vez que ocurre ese fenómeno en Argentina aunque su aspecto y contenido puede llegar a incluir muchas novedades.
Obviamente el deterioro grave del gobierno macrista puede llevar a una remodelación del quipo presidencial (una suerte de “gobierno-de-unidad-nacional”) o a un cambio institucional de gobierno destinado a estabilizar la situación, aunque los mismos aún introduciendo medidas “sociales” más o menos audaces se enfrentarían a una crisis sistémica apabullante, mucho más grave que la de 2001 en un contexto global depresivo, una coyuntura de ese tipo difícilmente podría ser superada con aspirinas rosadas o de otro color.
Apenas llegó a la presidencia Macri lanzó a gran velocidad una andanada de decretos arbitrarios, desplegó de inmediato una ofensiva para asegurar el control derechista de los medios de comunicación, compró (o extorsionó) a dirigentes políticos y sindicales, redujo el poder adquisitivo de los salarios y las jubilaciones, lanzó una ola de despidos de empleados públicos, concretó enormes transferencias de ingresos hacia las elites dominantes, en suma: desplegó una blizkrieg destinada eludir las resistencias posibles antes de que estas se organicen.
De todos modos no estaba en condiciones de imponer el gigantesco saqueo realizado mediante un sistema de negociaciones, el nivel de destrucción logrado en tan poco tiempo probablemente lo haya convencido de su éxito incitándolo a seguir avanzando.
La irrupción devastadora de las elites dominantes podría ser asimilada a la de un ejercito penetrando en un vasto territorio, al comienzo la ofensiva es exitosa, el efecto sorpresa, la explotación de debilidades locales, la contundencia del operativo, etc. permiten avances rápidos aparentemente irreversibles, pero poco a poco las víctimas empiezan a reaccionar acosando al invasor y el espacio simplificado por mapas e informes de especialistas se va convirtiendo en un sistema complejo, crecientemente incontrolable.
La velocidad inicial de la sucesión de victorias que en un principio aparentaba ser la clave del éxito, empieza a ser percibido por el invasor como la principal causa de sus dificultades, la rapidez operativa genera fenómenos de inadaptación, de sobre-extensión estratégica que aumentan su vulnerabilidad llevándolo finalmente a la derrota, aplastado por una avalancha humana incontenible (recordemos lo que le pasó a Napoleón cuando invadió Rusia).
Macri podría terminar descubriendo que la realidad social argentina es mucho más compleja que lo que su visión de mafioso detectaba, que la cultura popular existe y se reproduce (maltrecha, golpeada pero existe), que los salarios no son como él dijo una vez “un costo más” que puede y debe ser comprimido al máximo como cualquier otro insumo sino el pago a seres humanos que piensan y se defienden, y finalmente que para un bandido no hay nada peor que otro bandido (los socios de hoy pueden ser los caníbales de mañana)
gobernabilidad.
La marcha hacia la dictadura mafiosa está apuntalada por tres estrategias convergentes: la corrupción de dirigentes, la represión de las protestas sociales y políticas y el bombardeo mediático. Son operaciones de eficacia incierta circulando en medio del hundimiento económico y de la pugna de intereses entre grupos dominantes, se apoyan además en una base social reaccionaria cuyo núcleo duro impulsado por una euforia neofascista está incrustado en las clases medias y altas.
La corrupción de dirigentes políticos y sindicales puede serle útil a corto plazo para imponer decisiones impopulares o frenar protestas pero desgasta a los corruptos, erosiona sus posiciones de poder reduciendo a no muy largo plazo su capacidad operativa, las hace cada vez más vulnerables ante el descontento popular.
Es lo que se percibe en los primeros meses del gobierno macrista respecto de la compra de sindicalistas, diputados, senadores y gobernadores.
La represión avanza, funciona un Ministerio de Seguridad subordinado al aparato de inteligencia de los Estados Unidos, han regresado las “policías bravas”, ha sido dictado un “Protocolo” de represión de protestas populares, aparecen las primeras expresiones, aparentemente desprolijas, de represión ilegal.
Pero no es seguro que esa estrategia de amedrentamiento tenga éxito, es posible que su efecto termine siendo el opuesto del que busca el gobierno, existe en Argentina una enraizada cultura de confrontación contra la brutalidad estatal que puede resultar un catalizador del desborde opositor.
El bombardeo mediático fue un instrumento decisivo de la llegada de Macri a la presidencia, tuvo una elevada eficacia atacando al gobierno y ampliando un vacío político que podía ser ocupado por opositores de derecha que se limitaban a denunciar al oficialismo contraponiendo promesas vagas de felicidad futura. Ahora esos medios tienen que cargar con la compleja tarea de defender a un régimen claramente antipopular.
En este nuevo escenario su eficacia es decreciente y el intento por compensar ese declive aumentando la presión mediática (de por si abrumadora) produce efectos de saturación y descrédito de dichas intoxicaciones hasta generar rechazos cada vez más fuertes.
Finalmente la base social neofascista puede se fanatizada al extremo por los medios de comunicación pero es casi imposible impedir que su área de influencia sobre todo en las clases medias se vaya reduciendo a medida que se prolonga la depresión económica, lo que terminará por deteriorar a ese sector reaccionario.
En síntesis, el sistema dispone de instrumentos y apoyos sociales crecientemente vulnerables, su fuerza depende en última instancia del grado debilidad de su adversario: el espacio popular, si este se pone en marcha fortaleciéndose en la pelea el instrumental autoritario podría sufrir fisuras, desgarramientos cada vez más importantes, su inevitable centralismo operativo acosado por una marea ascendente de ataques, resistencias y repudios iría perdiendo vitalidad acentuándose sus contradicciones internas, el contexto global turbulento debería contribuir a dicho proceso.
Tarde o temprano la resistencia popular puede llegar a convertirse en ofensiva general contra el sistema, la acumulación de despliegues combativos de los de abajo produciendo repliegues en las élites dominantes terminaría por generar un salto cualitativo de grandes dimensiones, no sería la primera vez que ocurre ese fenómeno en Argentina aunque su aspecto y contenido puede llegar a incluir muchas novedades.
Obviamente el deterioro grave del gobierno macrista puede llevar a una remodelación del quipo presidencial (una suerte de “gobierno-de-unidad-nacional”) o a un cambio institucional de gobierno destinado a estabilizar la situación, aunque los mismos aún introduciendo medidas “sociales” más o menos audaces se enfrentarían a una crisis sistémica apabullante, mucho más grave que la de 2001 en un contexto global depresivo, una coyuntura de ese tipo difícilmente podría ser superada con aspirinas rosadas o de otro color.
Apenas llegó a la presidencia Macri lanzó a gran velocidad una andanada de decretos arbitrarios, desplegó de inmediato una ofensiva para asegurar el control derechista de los medios de comunicación, compró (o extorsionó) a dirigentes políticos y sindicales, redujo el poder adquisitivo de los salarios y las jubilaciones, lanzó una ola de despidos de empleados públicos, concretó enormes transferencias de ingresos hacia las elites dominantes, en suma: desplegó una blizkrieg destinada eludir las resistencias posibles antes de que estas se organicen.
De todos modos no estaba en condiciones de imponer el gigantesco saqueo realizado mediante un sistema de negociaciones, el nivel de destrucción logrado en tan poco tiempo probablemente lo haya convencido de su éxito incitándolo a seguir avanzando.
La irrupción devastadora de las elites dominantes podría ser asimilada a la de un ejercito penetrando en un vasto territorio, al comienzo la ofensiva es exitosa, el efecto sorpresa, la explotación de debilidades locales, la contundencia del operativo, etc. permiten avances rápidos aparentemente irreversibles, pero poco a poco las víctimas empiezan a reaccionar acosando al invasor y el espacio simplificado por mapas e informes de especialistas se va convirtiendo en un sistema complejo, crecientemente incontrolable.
La velocidad inicial de la sucesión de victorias que en un principio aparentaba ser la clave del éxito, empieza a ser percibido por el invasor como la principal causa de sus dificultades, la rapidez operativa genera fenómenos de inadaptación, de sobre-extensión estratégica que aumentan su vulnerabilidad llevándolo finalmente a la derrota, aplastado por una avalancha humana incontenible (recordemos lo que le pasó a Napoleón cuando invadió Rusia).
Macri podría terminar descubriendo que la realidad social argentina es mucho más compleja que lo que su visión de mafioso detectaba, que la cultura popular existe y se reproduce (maltrecha, golpeada pero existe), que los salarios no son como él dijo una vez “un costo más” que puede y debe ser comprimido al máximo como cualquier otro insumo sino el pago a seres humanos que piensan y se defienden, y finalmente que para un bandido no hay nada peor que otro bandido (los socios de hoy pueden ser los caníbales de mañana)