Jorge Beinstein - Recesión, depresión y economía de baja intensidad - Recientemente el FMI pronosticó para Argentina un crecimiento económico real negativo en 2016 del orden del -1 %, cuando observamos las caídas que ya se han producido en indicadores decisivos desde diciembre de 2015 es posible bajar aún más esa cifra hacia el -3 % o más bajo aún.
Se ha producido en muy poco tiempo una fuerte reducción de los salarios reales, causada entre otros factores por la megadevaluación, los aumentos del precio de los combustibles y de las tarifas de electricidad, gas y transportes, la eliminación o reducción de retenciones y sus impactos inflacionarios a lo que se agrega la suba de las tasas de interés y los despidos masivos en la administración publica (que empiezan a ser seguidos por el sector privado) con lo que tenemos un panorama recesivo provocado por el gobierno cuyo objetivo principal es reducir los salarios reales y su valor en dólares.
La avalancha de cambios ha desatado en algunos círculos el debate en torno del supuesto “modelo de desarrollo” que la derecha estaría intentando imponer. Decretos, endeudamientos, subas de precios y despidos se han sucedido de manera vertiginosa, buscarle coherencia estratégica-desarrollista a ese conjunto es una tarea ardua que a cada paso choca con contradicciones que obligan a desechar hipótesis sin que se pueda llegar a una conclusión mínimamente rigurosa.
En primer lugar la contradicción entre medidas que destruyen el mercado interno para favorecer a una supuesta ola exportadora evidentemente inviable ante el repliegue de la economía global, otra es la suba de las tasas de interés que comprime al consumo y a las inversiones a la espera de la llegada de fondos provenientes de un sistema financiero internacional en crisis que casi lo único que puede brindar es el armado de bicicletas especulativas.
Algunos han optado por resolver el tema adoptando definiciones abstractas tan generales como poco operativas (“modelo favorable al gran capital”, “restauración neoliberal”, etc.), otros han decidido seguir el estudio pero cada vez que llegan a una conclusión satisfactoria aparece un nuevo hecho que les tira abajo el edificio intelectual construido y finalmente unos pocos, entre los que me encuentro, hemos llegado a la conclusión de que buscar esa coherencia estratégica constituye una tarea imposible.
La llegada de la derecha al gobierno no significa el reemplazo del modelo anterior (desarrollista, neokeynesiano o como se lo quiera calificar) por un nuevo modelo (oligárquico) de desarrollo sino simplemente el despliegue de un gigantesco saqueo protagonizado por fuerzas entrópicas altamente destructivas que convierten al país burgués en una república de bandidos.
Esto nos debería llevar a la reflexión acerca del significado del fin de la era kirchnerista visualizado por algunos como un traspié resultado de una derrota electoral por escaso margen y por otros como el producto de una manipulación mediática prolongada combinada con operaciones de la mafia judicial, de grupos económicos concentrados y del aparato de inteligencia de los Estados Unidos.
Esta última evaluación está más cerca de la realidad sin embargo es insuficiente, el “golpe blando” existió (lo que pulveriza la presunta legitimidad democrática del gobierno actual) pero falta explicar porque fue exitoso.
Si nos limitamos a ciertos aspectos económicos del tema podemos observar que el motor externo empezó a enfriarse desde 2012 luego de la breve recuperación de la recesión global de 2009, la situación se agravó desde mediados de 2014 cuando los precios de las commodities cayeron en picada, la economía pasó a una etapa de crecimientos anémicos sostenidos por el mercado interno.
Los grandes exportadores aumentaron sus presiones destinadas a obtener en la economía nacional beneficios que les permitieran compensar las menores ganancias externas convergiendo con intereses financieros y agrupando al conjunto de la derecha mediática, judicial y política, se trató de una jauría que se fue envalentonando a medida que su enemigo perdía espacio económico y se acentuaba la crisis global.
Los equilibrios del gobierno fueron cada vez más inestables, las compuertas neokeynesianas que bloqueaban la marea comenzaron a sufrir fisuras para finalmente desmoronarse, la candidatura presidencial de Daniel Scioli fue una opción defensiva y débil que no pudo evitar el derrumbe.
Entonces se desató (fue desatada) la recesión y diversas señales nacionales e internacionales nos indican que lo hizo para quedarse, nos encontramos ante el comienzo de una depresión económica resultado de la reproducción de un sistema que ha ingresado en una fase de contracción desordenada.
Una referencia importante es la de la salida de la recesión producida desde 2003, en ese período convergieron dos factores principales: el alza de los precios internacionales de las commodities y la reanimación del mercado interno.
El “motor externo” fue impulsado por el auge de mercados emergentes como los de China o Brasil entre otros lo que permitió una mejora sustancial de las cuentas externas de Argentina. Los precios de las commodities experimentaron subas notables en esos años impulsadas no solo por la expansión de la demanda internacional sino también por el crecimiento de la especulación financiera, las operaciones globales con productos financieros derivados basadas en commodities llegaban en Diciembre de 2003 a 1,4 billones de dólares, en Diciembre de 2005 alcanzaban los 5,4 billones, en Junio de 2007 llegaban a 8,2 billones y en Junio de 2008 a 13,1 billones de dólares [4]
Por su parte el “motor interno” funcionó empujado por el ascenso del empleo, de los salarios reales y de los ingresos de las capas medias, en consecuencia se expandió la demanda interna y el tejido industrial, la economía argentina se recuperó creciendo a tasas excepcionales.
Como es sabido el salario real promedio experimenta en Argentina una tendencia descendente de largo plazo (desde mediados de los años 1970), sufrió una caída descomunal durante la crisis de los años 2001-2002, luego se recuperó llegando a los niveles de los años 1990 pero sin alcanzar nunca los de los años 1970, ni siquiera los de mediados de los años 1980 [5], podríamos resumir lo sucedido señalando que la reanimación del mercado interno se apoyó en un fuerte crecimiento del empleo y en una recuperación salarial limitada.
Si el crecimiento anémico de los últimos años del gobierno anterior incentivó la voluntad de rapiña de los grupos económicos concentrados es altamente probable que la recesión actual la acentúe mucho más, al achicarse la economía como resultado de los ajustes y las transferencias de ingresos esos grupos intentarán al menos sostener su volumen real de ganancias apropiándose de una porción creciente del ingreso nacional, aunque empujados por su propia dinámica y por el ejercicio de la totalidad del poder es casi seguro que buscarán absorber un volumen real mayor.
Además las medidas que buscan reequilibrar los desequilibrios provocados por las propias medidas económicas del gobierno causan mayor inestabilidad y empobrecimiento del grueso de la población.
Es el caso de la tentativa de desacelerar la suba de la cotización del dólar subiendo las tasas de interés con lo que a veces se consigue frenar por poco tiempo esa tendencia pero a costa del agravamiento de la recesión o cuando se pretende achicar el déficit fiscal reduciendo el gasto público (despidiendo empleados, clausurando programas, etc.) lo que agrava la recesión y en consecuencia reduce los ingresos fiscales y aumenta el déficit.
En suma, nos encontramos ante un circulo vicioso de concentración de ingresos, achicamiento del Estado y hundimiento de la actividad económica.
La caída de los salarios reales no alienta más inversión interna o externa desalentada por el desinfle de los mercados nacional y global (no hay alternativa exportadora).
Mientras tanto el gobierno aparenta aferrarse ante lo que sería la tabla de salvación de la economía: el endeudamieno externo que teóricamente le permitiría realizar inversiones reactivadoras, pero el clima enrarecido del sistema financiero internacional comprime el espacio de los potenciales acreedores cada vez más duros ante una economía nacional deprimida.
En realidad esa ansiedad por endeudarse no responde a una pasión desarrollista sino a la presión de los grupos de negocios que han acumulado superbeneficios en estos últimos meses (exportadores, bancos, etc.) y que necesitan convertirlos en dólares, es la evasión de capitales y no la inversión productiva la que reclama endeudamiento externo.
Conclusión: los dos motores de la salida de la recesión en la década pasada ha dejado de funcionar, las políticas que buscaban compensar el ciclo recesivo global han sido eliminadas por las clases dominantes, antes les habían sido útiles para restablecer la gobernabilidad y acumular beneficios ahora las han destruido porque frenaban su voracidad.
Es posible elaborar un modelo excesivamente abstracto de estabilización del proceso depresivo argentino bajo la forma de “economía de baja intensidad” o de “penuria”, es decir una estructura económica dual con un sector popular contraído y una elite parasitando sobre el primero (superexplotación de los trabajadores y otros saqueos a las clases medias y bajas).
Ello permitiría mantener relativamente bajos niveles de importaciones que asegurarían (no siempre) saldos positivos de la balanza comercial destinados a pagar deudas externas. Estas últimas, además de llenar las arcas de las redes financieras, podrían ser utilizadas para bloquear peligros de implosión y de revuelta social operando como una suerte de droga dosificada destinada a preservar la reproducción del sistema.
Ese modelo económico siniestro necesitaría de manera ineludible del apoyo de un aceitado mecanismo de represión y degradación de las clases inferiores, se trataría de la instalación de un régimen neofascista acorde con la doctrina de la Guerra de Cuarta Generación (restringiéndonos a la realidad latinoamericana no está de más observar lo que ocurre en México o en países de América Central).
Requeriría además de mucha estabilidad al interior de la articulación mafiosa, de la atenuación de las disputas internas ante un botín de volumen variable sujeto a numerosos factores de inestabilidad locales e internacionales.
Se trata de un escenario de muy difícil (pero no imposible) realización empalmando con tendencias depresivas globales acompañadas por el aumento de la volatilidad en mercados decisivos, la proliferación de guerras, los deterioros institucionales de los estados centrales, los derrumbes y crisis graves de estados periféricos y otros síntomas claros que describen a un planeta que se encamina hacia horizontes de alta turbulencia
[4] Fuente: “Semiannual OTC derivatives statistics”, Bank for International Settlements (BIS).
[5] Eduardo M. Basualdo, “La distribución del ingreso en la Argentina y sus condicionantes estructurales”, Memoria Anual 2008, del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), Argentina.
Juan Kornblihtt y Tamara Seiffer, “La persistente caída del salario real argentino (1975 a la actualidad)”, Revista de la Bolsa de Comercio de Rosario, 2014, http://www.bcr.com.ar/Secretara%20de
%20Cultura/Revista%20Institucional/2014/Septiembre/Pol%C3%ADtica%20Social.pdf - [2/3] sigue...
Se ha producido en muy poco tiempo una fuerte reducción de los salarios reales, causada entre otros factores por la megadevaluación, los aumentos del precio de los combustibles y de las tarifas de electricidad, gas y transportes, la eliminación o reducción de retenciones y sus impactos inflacionarios a lo que se agrega la suba de las tasas de interés y los despidos masivos en la administración publica (que empiezan a ser seguidos por el sector privado) con lo que tenemos un panorama recesivo provocado por el gobierno cuyo objetivo principal es reducir los salarios reales y su valor en dólares.
La avalancha de cambios ha desatado en algunos círculos el debate en torno del supuesto “modelo de desarrollo” que la derecha estaría intentando imponer. Decretos, endeudamientos, subas de precios y despidos se han sucedido de manera vertiginosa, buscarle coherencia estratégica-desarrollista a ese conjunto es una tarea ardua que a cada paso choca con contradicciones que obligan a desechar hipótesis sin que se pueda llegar a una conclusión mínimamente rigurosa.
En primer lugar la contradicción entre medidas que destruyen el mercado interno para favorecer a una supuesta ola exportadora evidentemente inviable ante el repliegue de la economía global, otra es la suba de las tasas de interés que comprime al consumo y a las inversiones a la espera de la llegada de fondos provenientes de un sistema financiero internacional en crisis que casi lo único que puede brindar es el armado de bicicletas especulativas.
Algunos han optado por resolver el tema adoptando definiciones abstractas tan generales como poco operativas (“modelo favorable al gran capital”, “restauración neoliberal”, etc.), otros han decidido seguir el estudio pero cada vez que llegan a una conclusión satisfactoria aparece un nuevo hecho que les tira abajo el edificio intelectual construido y finalmente unos pocos, entre los que me encuentro, hemos llegado a la conclusión de que buscar esa coherencia estratégica constituye una tarea imposible.
La llegada de la derecha al gobierno no significa el reemplazo del modelo anterior (desarrollista, neokeynesiano o como se lo quiera calificar) por un nuevo modelo (oligárquico) de desarrollo sino simplemente el despliegue de un gigantesco saqueo protagonizado por fuerzas entrópicas altamente destructivas que convierten al país burgués en una república de bandidos.
Esto nos debería llevar a la reflexión acerca del significado del fin de la era kirchnerista visualizado por algunos como un traspié resultado de una derrota electoral por escaso margen y por otros como el producto de una manipulación mediática prolongada combinada con operaciones de la mafia judicial, de grupos económicos concentrados y del aparato de inteligencia de los Estados Unidos.
Esta última evaluación está más cerca de la realidad sin embargo es insuficiente, el “golpe blando” existió (lo que pulveriza la presunta legitimidad democrática del gobierno actual) pero falta explicar porque fue exitoso.
Si nos limitamos a ciertos aspectos económicos del tema podemos observar que el motor externo empezó a enfriarse desde 2012 luego de la breve recuperación de la recesión global de 2009, la situación se agravó desde mediados de 2014 cuando los precios de las commodities cayeron en picada, la economía pasó a una etapa de crecimientos anémicos sostenidos por el mercado interno.
Los grandes exportadores aumentaron sus presiones destinadas a obtener en la economía nacional beneficios que les permitieran compensar las menores ganancias externas convergiendo con intereses financieros y agrupando al conjunto de la derecha mediática, judicial y política, se trató de una jauría que se fue envalentonando a medida que su enemigo perdía espacio económico y se acentuaba la crisis global.
Los equilibrios del gobierno fueron cada vez más inestables, las compuertas neokeynesianas que bloqueaban la marea comenzaron a sufrir fisuras para finalmente desmoronarse, la candidatura presidencial de Daniel Scioli fue una opción defensiva y débil que no pudo evitar el derrumbe.
Entonces se desató (fue desatada) la recesión y diversas señales nacionales e internacionales nos indican que lo hizo para quedarse, nos encontramos ante el comienzo de una depresión económica resultado de la reproducción de un sistema que ha ingresado en una fase de contracción desordenada.
Una referencia importante es la de la salida de la recesión producida desde 2003, en ese período convergieron dos factores principales: el alza de los precios internacionales de las commodities y la reanimación del mercado interno.
El “motor externo” fue impulsado por el auge de mercados emergentes como los de China o Brasil entre otros lo que permitió una mejora sustancial de las cuentas externas de Argentina. Los precios de las commodities experimentaron subas notables en esos años impulsadas no solo por la expansión de la demanda internacional sino también por el crecimiento de la especulación financiera, las operaciones globales con productos financieros derivados basadas en commodities llegaban en Diciembre de 2003 a 1,4 billones de dólares, en Diciembre de 2005 alcanzaban los 5,4 billones, en Junio de 2007 llegaban a 8,2 billones y en Junio de 2008 a 13,1 billones de dólares [4]
Por su parte el “motor interno” funcionó empujado por el ascenso del empleo, de los salarios reales y de los ingresos de las capas medias, en consecuencia se expandió la demanda interna y el tejido industrial, la economía argentina se recuperó creciendo a tasas excepcionales.
Como es sabido el salario real promedio experimenta en Argentina una tendencia descendente de largo plazo (desde mediados de los años 1970), sufrió una caída descomunal durante la crisis de los años 2001-2002, luego se recuperó llegando a los niveles de los años 1990 pero sin alcanzar nunca los de los años 1970, ni siquiera los de mediados de los años 1980 [5], podríamos resumir lo sucedido señalando que la reanimación del mercado interno se apoyó en un fuerte crecimiento del empleo y en una recuperación salarial limitada.
Si el crecimiento anémico de los últimos años del gobierno anterior incentivó la voluntad de rapiña de los grupos económicos concentrados es altamente probable que la recesión actual la acentúe mucho más, al achicarse la economía como resultado de los ajustes y las transferencias de ingresos esos grupos intentarán al menos sostener su volumen real de ganancias apropiándose de una porción creciente del ingreso nacional, aunque empujados por su propia dinámica y por el ejercicio de la totalidad del poder es casi seguro que buscarán absorber un volumen real mayor.
Además las medidas que buscan reequilibrar los desequilibrios provocados por las propias medidas económicas del gobierno causan mayor inestabilidad y empobrecimiento del grueso de la población.
Es el caso de la tentativa de desacelerar la suba de la cotización del dólar subiendo las tasas de interés con lo que a veces se consigue frenar por poco tiempo esa tendencia pero a costa del agravamiento de la recesión o cuando se pretende achicar el déficit fiscal reduciendo el gasto público (despidiendo empleados, clausurando programas, etc.) lo que agrava la recesión y en consecuencia reduce los ingresos fiscales y aumenta el déficit.
En suma, nos encontramos ante un circulo vicioso de concentración de ingresos, achicamiento del Estado y hundimiento de la actividad económica.
La caída de los salarios reales no alienta más inversión interna o externa desalentada por el desinfle de los mercados nacional y global (no hay alternativa exportadora).
Mientras tanto el gobierno aparenta aferrarse ante lo que sería la tabla de salvación de la economía: el endeudamieno externo que teóricamente le permitiría realizar inversiones reactivadoras, pero el clima enrarecido del sistema financiero internacional comprime el espacio de los potenciales acreedores cada vez más duros ante una economía nacional deprimida.
En realidad esa ansiedad por endeudarse no responde a una pasión desarrollista sino a la presión de los grupos de negocios que han acumulado superbeneficios en estos últimos meses (exportadores, bancos, etc.) y que necesitan convertirlos en dólares, es la evasión de capitales y no la inversión productiva la que reclama endeudamiento externo.
Conclusión: los dos motores de la salida de la recesión en la década pasada ha dejado de funcionar, las políticas que buscaban compensar el ciclo recesivo global han sido eliminadas por las clases dominantes, antes les habían sido útiles para restablecer la gobernabilidad y acumular beneficios ahora las han destruido porque frenaban su voracidad.
Es posible elaborar un modelo excesivamente abstracto de estabilización del proceso depresivo argentino bajo la forma de “economía de baja intensidad” o de “penuria”, es decir una estructura económica dual con un sector popular contraído y una elite parasitando sobre el primero (superexplotación de los trabajadores y otros saqueos a las clases medias y bajas).
Ello permitiría mantener relativamente bajos niveles de importaciones que asegurarían (no siempre) saldos positivos de la balanza comercial destinados a pagar deudas externas. Estas últimas, además de llenar las arcas de las redes financieras, podrían ser utilizadas para bloquear peligros de implosión y de revuelta social operando como una suerte de droga dosificada destinada a preservar la reproducción del sistema.
Ese modelo económico siniestro necesitaría de manera ineludible del apoyo de un aceitado mecanismo de represión y degradación de las clases inferiores, se trataría de la instalación de un régimen neofascista acorde con la doctrina de la Guerra de Cuarta Generación (restringiéndonos a la realidad latinoamericana no está de más observar lo que ocurre en México o en países de América Central).
Requeriría además de mucha estabilidad al interior de la articulación mafiosa, de la atenuación de las disputas internas ante un botín de volumen variable sujeto a numerosos factores de inestabilidad locales e internacionales.
Se trata de un escenario de muy difícil (pero no imposible) realización empalmando con tendencias depresivas globales acompañadas por el aumento de la volatilidad en mercados decisivos, la proliferación de guerras, los deterioros institucionales de los estados centrales, los derrumbes y crisis graves de estados periféricos y otros síntomas claros que describen a un planeta que se encamina hacia horizontes de alta turbulencia
[4] Fuente: “Semiannual OTC derivatives statistics”, Bank for International Settlements (BIS).
[5] Eduardo M. Basualdo, “La distribución del ingreso en la Argentina y sus condicionantes estructurales”, Memoria Anual 2008, del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), Argentina.
Juan Kornblihtt y Tamara Seiffer, “La persistente caída del salario real argentino (1975 a la actualidad)”, Revista de la Bolsa de Comercio de Rosario, 2014, http://www.bcr.com.ar/Secretara%20de
%20Cultura/Revista%20Institucional/2014/Septiembre/Pol%C3%ADtica%20Social.pdf - [2/3] sigue...