Parecerse a Venezuela se ha convertido en un estigma con el que ningún político de derecha, progresista y de buena parte de la izquierda quiere cargar.
Cualquier asociación es rechazada como si fuera una peste. Hablar de
Venezuela y del proceso bolivariano se ha convertido en la casi
totalidad de los países latinoamericanos y del mundo en un recurso
barato que da estatus de sensatez política.
Mencionar "el desastre de Venezuela", es la contraseña para que muchos intelectuales vean publicados sus artículos en periódicos del sistema o sean invitados a programas de televisión.
En tiempos donde nos apabullan con datos mundiales sobre el coronavirus y comparaciones entre países, la casi totalidad de los periodistas televisivos, con las honrosas excepciones de Pedro Brieguer y Víctor Hugo Morales, esquivan datos inquietantes.