miércoles, 9 de octubre de 2013

¿Cómo Ocurren los Cambios? - Modelo explicativo [2de2]

Título original Las Avalanchas de la Transmodernidad
Autor Andrés Schuschny [ar]

Durante todo el período de la modernidad en que se desarrolló el paradigma tecno-industrial se constituyó una mirada del mundo que nos alienó ante la omnipotente presencia de la máquina y lo masificado.

Construimos una sociedad (gaussiana) de masas que nos deshumanizó y nos arrastró al sufrimiento del existencialismo, al psicoanálisis y la asidia: la versión unidimensional del ser humano producido a escala. El mundo se entregó al invariable orden disciplinario de la normalización y condenó aquello que era señalado como "anormal". Todo era sujeto a medición ocupando una ubicación desprivilegiada en un universo gaussiano de campanas cuantificadas por valores medios y varianzas.

Así se constituyeron los Estados-Nación organizados alrededor de valores generalizados como los que circundan los conceptos de patria, familia y tradición, los mercados masivos o la colectivización generalizada, la producción seriada y masificada, la escolarización supervisada al servicio del disciplinamiento generalizado, la cultura de masas promovida por las mediaciones verticales gestionadas por los diarios, la radio o la televisión, el sentido común, la opinión pública, etc.

Llegaron luego los años ’60 con todo su emerger libertario motivando la inauguración del movimiento posmoderno, signado por el relativismo cultural, el da lo mismo, la fragmentación, el aislamiento y el desorden del ruido. Decretándose el "fin de los metarrelatos", el movimiento posmoderno se desarrolló olvidando o descartando la complejidad de las redes, suprimiendo el potencial de auto-organización de la sociedad y su complejidad inherente.

Hoy, nos toca peregrinar la transmodernidad: un mundo que ya no puede apelar a la dicotomización entre lo “normal” y lo “patológico”; un mundo de “pilas de arena” y “cisnes negros”, de sorpresas y shocks, un mundo conectado global y localmente en forma simultánea, y signado por la multimedialidad, la hipertextualidad y la interactividad multicultural;

un mundo en el que puede que, por ciertos períodos de tiempo, como ínfimas e irrelevantes avalanchas de la pila, no sucedan acontecimientos importantes o significativos pero que, de vez en cuando y fruto de la acumulación de tensiones y expectativas, emerjan colosalmente grandes disrupciones que alteran el “no-orden” de lo establecido: sean estas signadas por la súbita aparición de innovaciones disruptivas y tecnologías emergentes originadas por un grupo de emprendedores, “hackers de garaje”, sean por la viralización de rumores que desatan crisis financieras, ataques especulativos o corridas bancarias, sean por la irrupción casi espontánea de una tribu urbana, una subcultura marginal que de repente y porque sí, se erige súbitamente en fundadora de un nuevo paradigma “cool”, sean por la auto-convocatoria de movimientos o movilizaciones sociales, tal como sucedió con la primavera del norte de África o el movimiento 15M.


Se trata de un mundo estimulado por el bombardeo de una variedad capaz de liberar, si las condiciones de tensión social lo favorecen, las fuerzas de lo emergente, sin control alguno y más allá de toda escala, evadiendo cualquier tentativa de normalización o definición de tamaño característico.

Se trata de un mundo que inusitadamente se activa en el nivel macro por una innumerable cantidad de micro-fenómenos (como sucede con los granitos de arena) y que cuando el sistema yace tensionado puede engendrar macrofenómenos de naturaleza catastrófica, revolucionaria y transformadora.

Fruto de nuestro pasado “normalizador”, persiste aun el mito de que cada micro-cambio individual, que colectivamente conforma esta avalancha de cambios sin precedentes, se puede analizar, tratar y predecir. Como sucede con la pila de arena, cada micro-cambio, es tanto interactivo como acumulativo. Esos cambios no son lugares de llegada, sino parte de un sendero, en el que a cada paso todo se modifica.

El cambio transcurre en múltiples niveles, cambia el juego que nos toca jugar, cambia nuestra forma de percibir el juego, cambian las reglas del juego, cambia la manera en que cambian las reglas del juego y, más profundo aún, cambiamos nosotros mismos.

En un principio, el cambio puede ser visible y ocurrir tan sólo en lo exterior. Luego aparecen y se engendran nuevos tipos de instituciones, nuevos sectores económicos, nuevos actores sociales, nuevos modos de interacción social. Indefectiblemente el cambio nos alcanza a nosotros. El sendero de la evolución es irreversible y no retorna hacia atrás.

Este mundo transmoderno cala en lo profundo y nos sumerge en la ansiedad de un incesante flujo de aprendizaje sin límites, exponencial y desordenado.

Si esta idea es la idea del mundo real, donde se sucede lo dinámico y complejo, debemos entonces aceptar el cambio y la fluctuación como inevitables y signarnos por el devenir de un tiempo orgánico, multidimensional e interdependiente; la historia acontece en incesante y fluctuante actualidad donde pequeños actos o eventos localizados, pueden prefigurar la transformación de toda la sociedad en la que estos acontecen.

Una pequeña movilización en un barrio frente a un reclamo de carácter local, un post de un blog, un comentario en twitter o un video en youtube tienen (en potencia), en un contexto de estrés, la capacidad de desencadenar una secuencia inesperada de eventos.


El real impacto de estos eventos puede ser cuestionado pues no alcanza con la simple viralización de contenidos. Porque, si de transformación e innovación social se trata, llegó la hora de que brote un renovado concepto de ciudadanía y, para que ello suceda, es necesario que la sociedad encuentre la debida inspiración y guía.

Toda transformación epocal se ha visto signada por un actor social que la legitima y encarna. Si el pasado de la modernidad, del paradigma tecno-industrial estuvo representado por la figura del empresario, la transmodernidad que hoy vivimos, está siendo encarnada por el referente social que, poco a poco, ya ocupa espacios de preeminencia en la elite. Me refiero al programador informático, al emprendedor tecnológico, al hacker.

Los hackers, en su disfrute y pasión por superar retos y buscar alterar las limitaciones llevando al extremo la creatividad, nos muestran el camino para liberar el potencial de la sociedad.

Los hackers, alejados de toda posible estandarización, en tanto personajes fuera de toda norma, con su inspiración, nos incitan a alterar el orden de la época, nos muestran que, como los granitos de arena que caen sin cesar, es a través de la experimentación, la recurrencia de la prueba y el error, de la exploración y el prototipado, el sendero merced al cual se llegará a la necesaria transformación cultural.

Revolución tecnológica, revolución informática, era digital, cultura hacker, sociedad de la información, sociedad-red; todas estas nociones se han instalado con gran rapidez y sugestiva facilidad, en los más diversos discursos y ámbitos de la sociedad.

Aunque muchos no sepan con exactitud a qué se refieren estas nociones, cuáles son sus alcances, sus diferencias y más aún, la incidencia que están teniendo, han logrado concentrar el enorme poder simbólico de representar este gran cambio epocal que he expresado, la aparición de una nueva etapa en la civilización y en las posibilidades de la especie humana.

Se suele afirmar que estamos emprendiendo una profunda e inédita transformación, en todos los niveles de lo que entendemos por realidad, en la que los avances tecnológicos ocupan el lugar central por ser la palanca de nuestra evolución como especie inteligente.

Se trata pues de hackear la realidad, de hackear el sufrimiento, de transubstanciar las energías hoy, anodinamente aquietadas, del enorme potencial de lo humano con miras a co-crear el futuro venidero.