x Roberto Amaral [Politólogo - ex-ministro de Ciencia y Tecnología de Brasil] - Promiscuidad y suspensión (impeachment)
Independientemente del desenlace de la crisis política, quedará la fractura de la crisis de legitimidad que corroe los poderes de la República y amenaza a la democracia.
Evandro Lins e Silva, un hombre raro, ministro que honró un Supremo Tribunal Federal (STF) honrado y por eso mismo desgarrado por la dictadura de 1964 (que le impuso casaciones y desfiguradora ampliación de sus miembros), criticaba severamente la promiscuidad representada por la convivencia, en Brasilia, de jueces y ministros con periodistas, políticos y abogados, éstos muchas veces patrocinadores de causas en demanda.
Esa convivencia promiscua existía (y existe ahora más que nunca) no sólo en las oficinas de los tres
poderes, sino igualmente, en bares y restaurantes de moda, en pasillos poco recomendables de
hoteles famosos, y así, la inevitable discusión sobre intereses -observaba el viejo juez- establecía
lazos de compadrazgo, incompatibles con el decoro y el recato que la toga exige de cualquier
magistrado, pero sobre todo le obliga a aquel que ha alcanzado la más alta Corte de Justicia del país.
Evandro venía de un tiempo -de ahí su espanto e indignación– en que los jueces, moderados en
sus actos y costumbres, sobrios por excelencia, “hablaban en los autos” y tan sólo en los autos, esto
es, en el proceso que juzgaban. Le sonaba de muy mal gusto la frecuencia con que los magistrados
hablaban con la prensa.
En los tiempos de la dictadura implantada en 1964, estaba el ministro Cordeiro Guerra, que
combinaba la intemperancia verbal con la ignorancia jurídica. Pero también existió un Ribeiro da
Costa, que personificaba las virtudes de un buen juez: coraje, cultura, recato y sencillez. Éste, el
ejemplo, que enseñaba a las nuevas generaciones.
Ese decoro y ese recato entran en colisión con la intimidad que hoy mantienen algunos jueces que
aceptan entrevistas, en su afán de conquistar espacios públicos, en medios de prensa tan poderosos
como inescrupulosos -ellos mismos productos de los trapicheos del poder– de los que nacen
muchas nominaciones que pasan por el tamiz del Senado, como las de Ministro del STF, los
miembros del Tribunal de Cuentas y, entre otros, el Procurador General de la República.
No es suficiente la algarabía partidaria del ministro Gilmar Mendes, conocido como “líder de la
oposición en el STF” (y también llamado “aquel que no se disfraza”), un montón de ministros colegas
suyos, aunque más cultos y más moderados, que en su esfuerzo para ganar espacio en la prensa de
oposición, llegan a decir que el impeachment no es golpe de Estado, porque está previsto en la
Constitución.
Bueno, hasta el reino mineral sabe que el impeachment es un instituto previsto por la Constitución y decir sólo esto es decir la verdad por la mitad, lo que aumenta la mentira. Mentira, por cierto, más grave en tanto puede parecer a la sociedad lega, que se trata de una previa aprobación, por la Suprema Corte, de un evidente estupro legal, inaudita violencia contra la soberanía del voto popular.
El golpismo está no en el instituto constitucional, jamás impugnado, sino en la flagrante ilegalidad de
su apelación, porque la presidenta no incurrió en ninguna de las hipótesis de crimen de
responsabilidad previstas en el artículo 85 de la Constitución, justificadoras, y solamente ellas, del
impeachment.
Simplemente una escandalosa mala fe (puesto que no deberíamos considerar ignorante en derecho
constitucional a un ministro del STF), puede hacer coro a la cantinela golpista, jurídicamente
inconsistente.
El carácter eminentemente político de la acusación quedó patente en las recientes escaramuzas en
la Cámara de Diputados, cuando la indescriptible bancada del incalificable PDMB –en un acto de
felonía que simboliza su suicidio moral– irrumpió el plenario de los diputados al grito de “Temer
presidente”, poniendo de manifiesto el carácter objetivo del golpe, sí, del golpe de Estado que no
precisa del llamado a las armas.
Golpe al mandato legítimo (otorgado por 54 millones de electores) a la honrada presidenta Dilma,
con la toma del poder por un vice sin votos y de honradez en la mejor de las hipótesis discutible,
mientras que es indiscutible la fragilidad moral del diputado Eduardo Cunha, que dirige en la Cámara
de Diputados los ritos de la destitución de la presidenta con el mismo empeño con que, con
ostensivo abuso de poder, que ni el Ministerio Público ni el STF ejercen, inviabiliza su propia
destitución.
¡Así, en la República de macunaímica estamos corriendo el riesgo de ver a un vicepresidente sin
votos asumiendo el cargo de una presidenta reelecta con una mayoría absoluta de votos! El incidente, sin embargo, lacera las entrañas del actual punto muerto político, revelando a la luz del
día los componentes estructurales de una crisis mayor.
Independientemente del resultado inmediato de la crisis política, permanecerá intacta la fractura
expuesta de la crisis de legitimidad que corroe los poderes de la República y amenaza a la
democracia representativa, tal como la practicamos.
El caso del lamentable presidente del Consejo Federal de OAB (por cierto, en su gesto torpe,
despreciado por el cuenta correntista suizo que todavía preside la Cámara de Diputados) asocia el
oportunismo y la mala fe, también indicativos de la crisis de una corporación que, cuando la presidía
Raymundo Faoro, luchó por la democracia y por la legalidad. De hecho, que remontando a sus
orígenes, esa había sido la fuente del PMDB.
La búsqueda de notoriedad a cualquier costo cobra un precio altísimo a la dignidad requerida por
algunas funciones republicanas.
Estas consideraciones se me ocurren al conocer el relato de la reunión de pauta del diario nacional
de la Red Globo, revelada por el periodista Clovis Barros Filho (USP) en el libro Devaneos sobre la
actualidad del Capital, de su propia autoría y de Gustavo Fernandes Dainezi (CDG editor, Porto
Alegre, 2014, p. 22). Ahora ampliamente difundido, (aún en el aire) por el sitio del Diario del Centro
del Mundo. Se lee allí:
“(…) voy a dar un ejemplo [de promiscuidad] que me chocó: asistí a una reunión de pauta del Jornal
Nacional. William Bonner [editor y presentador] llama al celular de Gilmar Mendes [Ministro del
STF], y le pregunta: ´¿Va a decidir algo importante hoy? ¿Mando o no mando el reportero?´
[Responde el ministro]: ´Depende, si usted envía el reportero, yo decido alguna cosa importante´".
Hasta aquí no hay alguna reacción del Ministro, ni tampoco el diálogo escabroso fue desmentido por
el reportero de la poderosa Red Globo.
El ministro Mendes –conocido por bastardear el plenario del STF con sus frecuentes votaciones– además, fue fotografiado hace poco en un restaurante de Brasilia conversando con destacados próceres del PSDB momentos antes de, en decisión autocrática, atendiendo al pedido del PSDB, de suspender la asunción de Lula en la Casa Civil de la Presidencia de la República y devolver las investigaciones sobre el ex presidente a los tribunales de Curitiba.
Se sabe, además, que ese mismo famoso Ministro, aprovechándose del derecho de vista, impidió,
durante cerca de dos años, que el STF resolviera, cuando la votación estaba 6 a 2, por lo tanto
decidida, pues el quórum es de 11 votos, el juicio de ADI (Acción Directa de Inconstitucionalidad)
que planteaba la prohibición de financiamiento de las campañas electorales, fundamental para el
proceso democrático.
Inmediatamente después del encuentro (en el restaurante de Brasilia - NdeT) y luego de participar en
el programa del candidato del PSDB a la Alcaldía de Sao Paulo y después de desparramar
obstáculos a la asunción de Lula en la Casa Civil, y no por casualidad, el Ministro viajó a Lisboa
donde su Instituto promueve, financiado por no sé quién, un seminario con los principales políticos
que lideran en Brasil la tentativa de decretar el impeachment de la presidenta Dilma, proceso que,
llevado a término será presidido por el presidente del STF, que de hecho, podrá ser llamado a
pronunciarse sobre su mérito.
Entre sus compañeros de viaje se encontraban el candidato Aecio Neves y el senador José Serra
(también su comensal), que, por cierto, así como el Ministro Tófoli, su escudero, fueron recibidos en
el evento con estruendosos abucheos ofrecidos por profesores y estudiantes portugueses, que no han
perdido la memoria sobre el autoritarismo y el fascismo y el papel crucial que, en los regímenes de
excepción, cumple el Poder Judicial.
Porque las instituciones no tienen historia propia. Su historia está escrita por sus jueces y ellos
escriben sus propias biografías con sus votos y sus sentencias, dictadas por el coraje y la cobardía
de cada cual.
¿Por cada Evandro y por cada Ribeiro da Costa y cuántos Mendes tendremos que aguantar? ¿Por
cada Ulysses Guimarães (o, más atrás, Adauto Lúcio Cardoso) cuántos Eduardo Cunhas y cuántos
Temer?
¿Por cada Raymundo Faoro y por cada Marcelo Lavenere cuántos, como es incluso el nombre del actual Presidente de la Consejo Federal de OAB (Orden dos Abogados do Brasil)? ¿Y qué decir de la gloriosa ABI (Asociación Brasileña de la Prensa), que, después de presidida por Barbosa Lima Sobrinho, es comandada hoy por un anónimo servidor del monopolio de la información?
- Carta Capital, 1 de marzo 2016 - texto completo
Independientemente del desenlace de la crisis política, quedará la fractura de la crisis de legitimidad que corroe los poderes de la República y amenaza a la democracia.
Evandro Lins e Silva, un hombre raro, ministro que honró un Supremo Tribunal Federal (STF) honrado y por eso mismo desgarrado por la dictadura de 1964 (que le impuso casaciones y desfiguradora ampliación de sus miembros), criticaba severamente la promiscuidad representada por la convivencia, en Brasilia, de jueces y ministros con periodistas, políticos y abogados, éstos muchas veces patrocinadores de causas en demanda.
Esa convivencia promiscua existía (y existe ahora más que nunca) no sólo en las oficinas de los tres
poderes, sino igualmente, en bares y restaurantes de moda, en pasillos poco recomendables de
hoteles famosos, y así, la inevitable discusión sobre intereses -observaba el viejo juez- establecía
lazos de compadrazgo, incompatibles con el decoro y el recato que la toga exige de cualquier
magistrado, pero sobre todo le obliga a aquel que ha alcanzado la más alta Corte de Justicia del país.
Evandro venía de un tiempo -de ahí su espanto e indignación– en que los jueces, moderados en
sus actos y costumbres, sobrios por excelencia, “hablaban en los autos” y tan sólo en los autos, esto
es, en el proceso que juzgaban. Le sonaba de muy mal gusto la frecuencia con que los magistrados
hablaban con la prensa.
En los tiempos de la dictadura implantada en 1964, estaba el ministro Cordeiro Guerra, que
combinaba la intemperancia verbal con la ignorancia jurídica. Pero también existió un Ribeiro da
Costa, que personificaba las virtudes de un buen juez: coraje, cultura, recato y sencillez. Éste, el
ejemplo, que enseñaba a las nuevas generaciones.
Ese decoro y ese recato entran en colisión con la intimidad que hoy mantienen algunos jueces que
aceptan entrevistas, en su afán de conquistar espacios públicos, en medios de prensa tan poderosos
como inescrupulosos -ellos mismos productos de los trapicheos del poder– de los que nacen
muchas nominaciones que pasan por el tamiz del Senado, como las de Ministro del STF, los
miembros del Tribunal de Cuentas y, entre otros, el Procurador General de la República.
No es suficiente la algarabía partidaria del ministro Gilmar Mendes, conocido como “líder de la
oposición en el STF” (y también llamado “aquel que no se disfraza”), un montón de ministros colegas
suyos, aunque más cultos y más moderados, que en su esfuerzo para ganar espacio en la prensa de
oposición, llegan a decir que el impeachment no es golpe de Estado, porque está previsto en la
Constitución.
Bueno, hasta el reino mineral sabe que el impeachment es un instituto previsto por la Constitución y decir sólo esto es decir la verdad por la mitad, lo que aumenta la mentira. Mentira, por cierto, más grave en tanto puede parecer a la sociedad lega, que se trata de una previa aprobación, por la Suprema Corte, de un evidente estupro legal, inaudita violencia contra la soberanía del voto popular.
El golpismo está no en el instituto constitucional, jamás impugnado, sino en la flagrante ilegalidad de
su apelación, porque la presidenta no incurrió en ninguna de las hipótesis de crimen de
responsabilidad previstas en el artículo 85 de la Constitución, justificadoras, y solamente ellas, del
impeachment.
Simplemente una escandalosa mala fe (puesto que no deberíamos considerar ignorante en derecho
constitucional a un ministro del STF), puede hacer coro a la cantinela golpista, jurídicamente
inconsistente.
El carácter eminentemente político de la acusación quedó patente en las recientes escaramuzas en
la Cámara de Diputados, cuando la indescriptible bancada del incalificable PDMB –en un acto de
felonía que simboliza su suicidio moral– irrumpió el plenario de los diputados al grito de “Temer
presidente”, poniendo de manifiesto el carácter objetivo del golpe, sí, del golpe de Estado que no
precisa del llamado a las armas.
Golpe al mandato legítimo (otorgado por 54 millones de electores) a la honrada presidenta Dilma,
con la toma del poder por un vice sin votos y de honradez en la mejor de las hipótesis discutible,
mientras que es indiscutible la fragilidad moral del diputado Eduardo Cunha, que dirige en la Cámara
de Diputados los ritos de la destitución de la presidenta con el mismo empeño con que, con
ostensivo abuso de poder, que ni el Ministerio Público ni el STF ejercen, inviabiliza su propia
destitución.
¡Así, en la República de macunaímica estamos corriendo el riesgo de ver a un vicepresidente sin
votos asumiendo el cargo de una presidenta reelecta con una mayoría absoluta de votos! El incidente, sin embargo, lacera las entrañas del actual punto muerto político, revelando a la luz del
día los componentes estructurales de una crisis mayor.
Independientemente del resultado inmediato de la crisis política, permanecerá intacta la fractura
expuesta de la crisis de legitimidad que corroe los poderes de la República y amenaza a la
democracia representativa, tal como la practicamos.
El caso del lamentable presidente del Consejo Federal de OAB (por cierto, en su gesto torpe,
despreciado por el cuenta correntista suizo que todavía preside la Cámara de Diputados) asocia el
oportunismo y la mala fe, también indicativos de la crisis de una corporación que, cuando la presidía
Raymundo Faoro, luchó por la democracia y por la legalidad. De hecho, que remontando a sus
orígenes, esa había sido la fuente del PMDB.
La búsqueda de notoriedad a cualquier costo cobra un precio altísimo a la dignidad requerida por
algunas funciones republicanas.
Estas consideraciones se me ocurren al conocer el relato de la reunión de pauta del diario nacional
de la Red Globo, revelada por el periodista Clovis Barros Filho (USP) en el libro Devaneos sobre la
actualidad del Capital, de su propia autoría y de Gustavo Fernandes Dainezi (CDG editor, Porto
Alegre, 2014, p. 22). Ahora ampliamente difundido, (aún en el aire) por el sitio del Diario del Centro
del Mundo. Se lee allí:
“(…) voy a dar un ejemplo [de promiscuidad] que me chocó: asistí a una reunión de pauta del Jornal
Nacional. William Bonner [editor y presentador] llama al celular de Gilmar Mendes [Ministro del
STF], y le pregunta: ´¿Va a decidir algo importante hoy? ¿Mando o no mando el reportero?´
[Responde el ministro]: ´Depende, si usted envía el reportero, yo decido alguna cosa importante´".
Hasta aquí no hay alguna reacción del Ministro, ni tampoco el diálogo escabroso fue desmentido por
el reportero de la poderosa Red Globo.
El ministro Mendes –conocido por bastardear el plenario del STF con sus frecuentes votaciones– además, fue fotografiado hace poco en un restaurante de Brasilia conversando con destacados próceres del PSDB momentos antes de, en decisión autocrática, atendiendo al pedido del PSDB, de suspender la asunción de Lula en la Casa Civil de la Presidencia de la República y devolver las investigaciones sobre el ex presidente a los tribunales de Curitiba.
Se sabe, además, que ese mismo famoso Ministro, aprovechándose del derecho de vista, impidió,
durante cerca de dos años, que el STF resolviera, cuando la votación estaba 6 a 2, por lo tanto
decidida, pues el quórum es de 11 votos, el juicio de ADI (Acción Directa de Inconstitucionalidad)
que planteaba la prohibición de financiamiento de las campañas electorales, fundamental para el
proceso democrático.
Inmediatamente después del encuentro (en el restaurante de Brasilia - NdeT) y luego de participar en
el programa del candidato del PSDB a la Alcaldía de Sao Paulo y después de desparramar
obstáculos a la asunción de Lula en la Casa Civil, y no por casualidad, el Ministro viajó a Lisboa
donde su Instituto promueve, financiado por no sé quién, un seminario con los principales políticos
que lideran en Brasil la tentativa de decretar el impeachment de la presidenta Dilma, proceso que,
llevado a término será presidido por el presidente del STF, que de hecho, podrá ser llamado a
pronunciarse sobre su mérito.
Entre sus compañeros de viaje se encontraban el candidato Aecio Neves y el senador José Serra
(también su comensal), que, por cierto, así como el Ministro Tófoli, su escudero, fueron recibidos en
el evento con estruendosos abucheos ofrecidos por profesores y estudiantes portugueses, que no han
perdido la memoria sobre el autoritarismo y el fascismo y el papel crucial que, en los regímenes de
excepción, cumple el Poder Judicial.
Porque las instituciones no tienen historia propia. Su historia está escrita por sus jueces y ellos
escriben sus propias biografías con sus votos y sus sentencias, dictadas por el coraje y la cobardía
de cada cual.
¿Por cada Evandro y por cada Ribeiro da Costa y cuántos Mendes tendremos que aguantar? ¿Por
cada Ulysses Guimarães (o, más atrás, Adauto Lúcio Cardoso) cuántos Eduardo Cunhas y cuántos
Temer?
¿Por cada Raymundo Faoro y por cada Marcelo Lavenere cuántos, como es incluso el nombre del actual Presidente de la Consejo Federal de OAB (Orden dos Abogados do Brasil)? ¿Y qué decir de la gloriosa ABI (Asociación Brasileña de la Prensa), que, después de presidida por Barbosa Lima Sobrinho, es comandada hoy por un anónimo servidor del monopolio de la información?
- Carta Capital, 1 de marzo 2016 - texto completo