x Higinio Polo - EU -que añora la débil Rusia de Yeltsin- no ha podido encajar que no está ya en condiciones de dictar su política a Moscú ni a Pekín
La reciente Cumbre de la OTAN en Varsovia ha hecho oficial el nuevo rumbo decidido por la alianza militar occidental, inmersa en una carrera que tiene la vista puesta en las fronteras rusas, y que se enmarca en el nuevo diseño de la política exterior norteamericana que centra sus esfuerzos en la contención de Rusia y China, reordenando su despliegue militar, aumentando sus presupuestos, y definiendo los pasos a seguir tanto en Europa como en Asia.
Pese a su importancia, y a la gravedad del sufrimiento que las guerras causan a la población, Oriente Medio y el norte de África son para Washington escenarios secundarios, y su atención preferente está en el Este de Europa, en Asia central, en el Mar de China meridional, y en las aguas coreanas y niponas que se encuentran frente a China.
En mayo de 1997, Javier Solana (entonces, secretario general de la OTAN) y Yevgueni Primakov, ministro de asuntos exteriores ruso, firmaron en París la llamada Acta Fundacional, que convertía en “socios” a los antiguos enemigos, Washington y Moscú, un documento firmado bajo el complaciente Yeltsin en un momento de gran debilidad de Rusia.
Yeltsin (un presidente alcohólico y dependiente de EU, que había cerrado los ojos ante la evidencia del fraude electoral que había protagonizado el año anterior, 1996, robando la victoria al candidato del Partido Comunista, Guennadi Ziugánov) y cuya política exterior apenas tenía en cuenta los intereses nacionales rusos,
obsesionado como estaba por completar el desmantelamiento y la destrucción de las estructuras políticas soviéticas, terminó aceptando la ampliación de la OTAN con tres nuevos miembros, aunque el equipo negociador ruso de Primakov arrancó contrapartidas.
El propio Solana destacó entonces que el Acta establecía “el compromiso futuro de que en ningún caso habría una elevación del tope máximo de armas convencionales en Europa, y especialmente en su región central, la más problemática”: aludía a Polonia, Chequia y Hungría, y remachaba que “la Alianza no utilizará, remozadas, las viejas instalaciones nucleares del Pacto de Varsovia”.
Además, en el territorio de los posibles nuevos miembros de la OTAN (se pensaba, entonces, exclusivamente, en Hungría, Polonia y República Checa) no se instalarían tropas extranjeras de forma permanente.
La hipocresía occidental se puso de manifiesto con rapidez: la intervención de la OTAN en Kosovo en marzo de 1999, sin mandato de la ONU, bombardeando a Serbia, aliada de Rusia,
demostró que la preocupación de Washington y Bruselas no era el mantenimiento de la paz en Europa y la salvaguarda de los equilibrios militares estratégicos, junto al respeto de los intereses de Rusia, sino la progresiva incorporación de territorios y áreas de influencia, cuya conquista tenía como la consecuencia inmediata del retroceso ruso.
La guerra de agresión de Kosovo, suspendió la aplicación del Acta Fundacional: Rusia dejó de asistir a las reuniones del Consejo Conjunto Permanente (CCP) que establecía el acta.
La llegada a la presidencia de Putin, y el giro de la política de defensa rusa tras el aviso lanzado en la Conferencia de Seguridad de Múnich de 2007, donde el presidente ruso denunció ante el mundo la agresiva política exterior norteamericana, que había incumplido todos sus compromisos anteriores y acercaba paulatinamente sus dispositivo militar hacia las fronteras rusas, cambió los términos de las discusiones entre Washington y Moscú.
Mientras tanto, Washington había forzado la incorporación a la OTAN de siete nuevos países en 2004 (Rumanía, Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia, y las tres ex repúblicas soviéticas de Estonia, Letonia y Lituania), y, en 2009, dos años después de la advertencia de Putin en Múnich, incorporó a Croacia y Albania, además de crear la mayor base militar norteamericana del mundo, fuera de sus fronteras, en Kosovo, Camp Bondsteel.
La desenfrenada carrera expansionista de Washington y la OTAN eran evidentes, aunque se vistiesen para la ocasión de “decisiones libres” de los gobiernos afectados.
En 2014, aprovechando la crisis ucraniana, algunos gobiernos de Europa del Este impugnaron abiertamente el acuerdo de París de 1997. Esa postura, que fue avalada por Obama, quien se mostró dispuesto a cambiar unilateralmente el contenido del Acta con el argumento de que “las circunstancias han cambiado con claridad” desde su firma,
fue el anuncio de un peligroso intento de romper los equilibrios estratégicos en Europa, que recibió el aviso de Serguéi Lavrov, ministro de exteriores ruso, recordando que sólo “los firmantes del acuerdo” podían modificar, conjuntamente, su contenido, pactando de común acuerdo los cambios. Ni Obama, ni Occidente, se dieron por aludidos.
En noviembre de 2015, Polonia, a través de su ministro de Exteriores, Witold Waszczykowski, volvió a insistir, declarando que su país quería invalidar el Acta Fundacional de 1997.
En enero de 2016, Alexander Vershbow, secretario general adjunto de la OTAN, volvió a insistir en que Rusia “se equivoca”, y que la OTAN ni Occidente nunca dijeron que renunciaban a ampliarse hacia el Este. En realidad, como era evidente, se había ampliado, también, en el sur, en la antigua Yugoslavia.
Pero los portavoces occidentales no desdeñan recurrir a la mentira. Washington especula ahora, incluso, con la hipotética incorporación de Suecia y Finlandia, que completaría el cerco a Rusia - texto completo
La reciente Cumbre de la OTAN en Varsovia ha hecho oficial el nuevo rumbo decidido por la alianza militar occidental, inmersa en una carrera que tiene la vista puesta en las fronteras rusas, y que se enmarca en el nuevo diseño de la política exterior norteamericana que centra sus esfuerzos en la contención de Rusia y China, reordenando su despliegue militar, aumentando sus presupuestos, y definiendo los pasos a seguir tanto en Europa como en Asia.
Pese a su importancia, y a la gravedad del sufrimiento que las guerras causan a la población, Oriente Medio y el norte de África son para Washington escenarios secundarios, y su atención preferente está en el Este de Europa, en Asia central, en el Mar de China meridional, y en las aguas coreanas y niponas que se encuentran frente a China.
En mayo de 1997, Javier Solana (entonces, secretario general de la OTAN) y Yevgueni Primakov, ministro de asuntos exteriores ruso, firmaron en París la llamada Acta Fundacional, que convertía en “socios” a los antiguos enemigos, Washington y Moscú, un documento firmado bajo el complaciente Yeltsin en un momento de gran debilidad de Rusia.
Yeltsin (un presidente alcohólico y dependiente de EU, que había cerrado los ojos ante la evidencia del fraude electoral que había protagonizado el año anterior, 1996, robando la victoria al candidato del Partido Comunista, Guennadi Ziugánov) y cuya política exterior apenas tenía en cuenta los intereses nacionales rusos,
obsesionado como estaba por completar el desmantelamiento y la destrucción de las estructuras políticas soviéticas, terminó aceptando la ampliación de la OTAN con tres nuevos miembros, aunque el equipo negociador ruso de Primakov arrancó contrapartidas.
El propio Solana destacó entonces que el Acta establecía “el compromiso futuro de que en ningún caso habría una elevación del tope máximo de armas convencionales en Europa, y especialmente en su región central, la más problemática”: aludía a Polonia, Chequia y Hungría, y remachaba que “la Alianza no utilizará, remozadas, las viejas instalaciones nucleares del Pacto de Varsovia”.
Además, en el territorio de los posibles nuevos miembros de la OTAN (se pensaba, entonces, exclusivamente, en Hungría, Polonia y República Checa) no se instalarían tropas extranjeras de forma permanente.
La hipocresía occidental se puso de manifiesto con rapidez: la intervención de la OTAN en Kosovo en marzo de 1999, sin mandato de la ONU, bombardeando a Serbia, aliada de Rusia,
demostró que la preocupación de Washington y Bruselas no era el mantenimiento de la paz en Europa y la salvaguarda de los equilibrios militares estratégicos, junto al respeto de los intereses de Rusia, sino la progresiva incorporación de territorios y áreas de influencia, cuya conquista tenía como la consecuencia inmediata del retroceso ruso.
La guerra de agresión de Kosovo, suspendió la aplicación del Acta Fundacional: Rusia dejó de asistir a las reuniones del Consejo Conjunto Permanente (CCP) que establecía el acta.
La llegada a la presidencia de Putin, y el giro de la política de defensa rusa tras el aviso lanzado en la Conferencia de Seguridad de Múnich de 2007, donde el presidente ruso denunció ante el mundo la agresiva política exterior norteamericana, que había incumplido todos sus compromisos anteriores y acercaba paulatinamente sus dispositivo militar hacia las fronteras rusas, cambió los términos de las discusiones entre Washington y Moscú.
Mientras tanto, Washington había forzado la incorporación a la OTAN de siete nuevos países en 2004 (Rumanía, Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia, y las tres ex repúblicas soviéticas de Estonia, Letonia y Lituania), y, en 2009, dos años después de la advertencia de Putin en Múnich, incorporó a Croacia y Albania, además de crear la mayor base militar norteamericana del mundo, fuera de sus fronteras, en Kosovo, Camp Bondsteel.
La desenfrenada carrera expansionista de Washington y la OTAN eran evidentes, aunque se vistiesen para la ocasión de “decisiones libres” de los gobiernos afectados.
En 2014, aprovechando la crisis ucraniana, algunos gobiernos de Europa del Este impugnaron abiertamente el acuerdo de París de 1997. Esa postura, que fue avalada por Obama, quien se mostró dispuesto a cambiar unilateralmente el contenido del Acta con el argumento de que “las circunstancias han cambiado con claridad” desde su firma,
fue el anuncio de un peligroso intento de romper los equilibrios estratégicos en Europa, que recibió el aviso de Serguéi Lavrov, ministro de exteriores ruso, recordando que sólo “los firmantes del acuerdo” podían modificar, conjuntamente, su contenido, pactando de común acuerdo los cambios. Ni Obama, ni Occidente, se dieron por aludidos.
En noviembre de 2015, Polonia, a través de su ministro de Exteriores, Witold Waszczykowski, volvió a insistir, declarando que su país quería invalidar el Acta Fundacional de 1997.
En enero de 2016, Alexander Vershbow, secretario general adjunto de la OTAN, volvió a insistir en que Rusia “se equivoca”, y que la OTAN ni Occidente nunca dijeron que renunciaban a ampliarse hacia el Este. En realidad, como era evidente, se había ampliado, también, en el sur, en la antigua Yugoslavia.
Pero los portavoces occidentales no desdeñan recurrir a la mentira. Washington especula ahora, incluso, con la hipotética incorporación de Suecia y Finlandia, que completaría el cerco a Rusia - texto completo