x Silvio Schachter [lahaine.org] - El coronavirus es el virus de la peste permanente que es el capitalismo, cuyo virus globalizado contamina todo el planeta y destruye la vida en todas sus formas
Estamos viviendo lo que parece una ficción que nos incorporó a su relato, la inédita distopía de nuestras ciudades vacías, silenciadas por el encierro obligado.
Urbes que quedaron inmovilizadas, con sus espacios públicos, calles y plazas, sus aulas, junto a sus cafés, bares y restaurantes, los habituales lugares de encuentro, nodos vitales de la vida urbana, ahora transformados en sitios peligrosos y lugares de contagio.
Ha mutado momentáneamente nuestra percepción del espacio y el movimiento, las dualidades cerca y lejos, lentos o veloz, se miden desde otros parámetros, la noción del tiempo se ha trastocado.
Para quienes permanecen en sus viviendas, los días transcurren indiferenciados, nuestro reloj biológico se va adaptando a horarios de un estadio donde se rompió la rutina previa y las acciones cotidianas adquieren nuevos significados.
La distancia entre unos y otros, la cancelación de los contactos, ha moldeado en pocos dias la forma de relacionarnos.
El abrazo, el beso, el darse la mano, el poder mirarnos y hablar presencialmente, la gestualidad con que nos formamos para expresar nuestros sentimientos, deseos y emociones, el amor y la fraternidad, han quedado suspendidos por el temor al contacto con otros cuerpos.
Si bien la tecnología, el universo de la virtualidad, las comunicaciones y el entretenimiento siglo XXI, nos hacen soportable la cuarentena de origen medieval, también han resaltado que el mundo de los flujos informáticos tiene sus límites, tanto para los afectos como para garantizar el funcionamiento del tejido vital de la sociedad.
Todavía, frente a los avances de la inteligencia artificial, la materia de carne y hueso tienen mucho que hacer y decir - Leer texto completo
Estamos viviendo lo que parece una ficción que nos incorporó a su relato, la inédita distopía de nuestras ciudades vacías, silenciadas por el encierro obligado.
Urbes que quedaron inmovilizadas, con sus espacios públicos, calles y plazas, sus aulas, junto a sus cafés, bares y restaurantes, los habituales lugares de encuentro, nodos vitales de la vida urbana, ahora transformados en sitios peligrosos y lugares de contagio.
Ha mutado momentáneamente nuestra percepción del espacio y el movimiento, las dualidades cerca y lejos, lentos o veloz, se miden desde otros parámetros, la noción del tiempo se ha trastocado.
Para quienes permanecen en sus viviendas, los días transcurren indiferenciados, nuestro reloj biológico se va adaptando a horarios de un estadio donde se rompió la rutina previa y las acciones cotidianas adquieren nuevos significados.
La distancia entre unos y otros, la cancelación de los contactos, ha moldeado en pocos dias la forma de relacionarnos.
El abrazo, el beso, el darse la mano, el poder mirarnos y hablar presencialmente, la gestualidad con que nos formamos para expresar nuestros sentimientos, deseos y emociones, el amor y la fraternidad, han quedado suspendidos por el temor al contacto con otros cuerpos.
Si bien la tecnología, el universo de la virtualidad, las comunicaciones y el entretenimiento siglo XXI, nos hacen soportable la cuarentena de origen medieval, también han resaltado que el mundo de los flujos informáticos tiene sus límites, tanto para los afectos como para garantizar el funcionamiento del tejido vital de la sociedad.
Todavía, frente a los avances de la inteligencia artificial, la materia de carne y hueso tienen mucho que hacer y decir - Leer texto completo