x Ernesto Eterno [lahaine.org] - El arzobispo de Santa Cruz miró para otro lado cuando las FFAA y la Policía masacraban a balazo limpio a las “hordas masistas” en Sacaba y Senkata
Los rostros de la fe cristiana se muestran piadosos en la sonrisa de
los niños, en las muecas de grandeza e inocencia de los ancianos, en las
mujeres trabajadoras o en los indígenas a diferencia de las palabras
estudiadas, solemnes y con aire de dignidad escolástica que se desnudan
persistentes en las homilías cruceñas.
Estas, muestran el rostro
político de una iglesia cuyo prestigio es cada vez más cuestionable dada
su apuesta poco decorosa por una parte pequeña y opresiva de la
sociedad.
Nadie sabe tanto lo que se tiene que decir o cómo decirlo en cada
rito dominical o en cada circunstancia política que vive el país desde
hace varios años como el ilustre arzobispo de Santa Cruz, Sergio
Gualberti Calandrina.
Los pasajes bíblicos que usa le sirven de coartada
tanto como el púlpito desde el que instala el mensaje preciso, la
flecha incendiaria o la sugerencia que resuena como un mandato
proverbial. Nadie, solo Sergio Gualberti. Con una mirada de águila que
apunta a su presa, se mueve en medio del contexto como pez en el agua.
La existencia de la iglesia católica está empedrada de historias no
contadas, de silencios no quebrados, de fidelidades ideológicas ocultas,
de militancias financieras oscuras, de traiciones pero también de actos
heroicos casi olvidados. Los primeros abundan frente a los segundos.
¿Acaso no son santificables en nuestra memoria la vida estoica del
Monseñor Arnulfo Romero, asesinado por encargo extranjero, o de Luis
Espinal, acribillado a balazos por una dictadura educada en la
ignominia, solo por ejercer el derecho de la palabra y la palabra como
un derecho que interpela?
Las “oraciones a quemarropa” tenían la fuerza
de un tornado y el filo de una navaja que hacían mover montañas o
cortaban implacables el aire inconmovible -
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