En la inmediata pospandemia del Covid-19, la guerra por el liderazgo
digital del mundo, con sus columnas centrales: la inteligencia
artificial, el Internet de las cosas, las redes 5G y el big data
cobrará un nuevo impulso en clave geopolítica.
Y como antes de la irrupción del coronavirus, la disputa sobre cuál sociedad digitalizada y bajo qué modelo seguirá siendo librada entre EEUU y China.
Elevada a rango de religión por el 1% más rico del planeta (la plutocracia global del Foro de Davos), la tecnología digital es algo más que una herramienta de comunicación; es un vigoroso instrumento de poder para reunir información de masa con la que después se puede manipular, controlar y/o confinar a millones de personas en el orbe (la experiencia del coronavirus).Digitalizada, elaborada y transformada en cadena de bits y bytes, el seguimiento regular y sistemático de la actividad online (videovigilancia ubicua, ya que cualquier actividad mediada digitalmente deja huella) se convierte en mercancía informacional, verdadero núcleo, como dice Zuboff, de la actual economía digital globalizada.
Mediante configuraciones algorítmicas que se suponen secretas, indescifrables e ilegibles, las megacorporaciones del sector extraen a la persona −como nueva mercancía ficticia al igual que la tierra, el trabajo y el dinero, según la temprana intuición de Karl Polanyi−