Fragmento del nuevo libro de Enzo Traverso, 'Revolution: An Intellectual History', editado por Verso Books.
El legado de la Revolución de Octubre está rasgado por dos interpretaciones opuestas. En un sentido, el ascenso de los bolcheviques al poder fue el anuncio de una transformación socialista mundial; por otro lado, fue el acontecimiento que preparó el terreno a una época de totalitarismo.
No obstante, las versiones más radicales de estas interpretaciones opuestas -el comunismo oficial y el anticomunismo de la Guerra Fría- terminan convergiendo, pues ambas consideran al Partido Comunista como una fuerza histórica demiúrgica.
La experiencia comunista se agotó hace muchas décadas y no es necesario defenderla, idealizarla ni demonizarla.
Debemos comprenderla críticamente en su integridad, como una totalidad dialéctica definida por sus tensiones y contradicciones internas, que presenta múltiples dimensiones con un amplio espectro de sombras y tonos que oscilan -muchas veces en breves períodos de tiempo-
entre el ímpetu redentor y la violencia totalitaria, entre la democracia participativa o la deliberación colectiva y la opresión ciega o el exterminio masivo, en fin, entre la imaginación más utópica y la dominación más burocrática.
Como muchos de los otros «ismos» de nuestro léxico político, «comunismo» es una palabra polisémica y en última instancia «ambigua».