Las últimas masacres vividas en Colombia no son el incremento de la violencia, simplemente son la cara escandalosa del posicionamiento de la barbarie que opera desde tiempo atrás y ahora decide alardear, anunciar su poderío, con la tranquilidad del verdugo que minutos después de masacrar a ocho jóvenes en Nariño, tranquilamente enciende un cigarrillo en señal de un ritual de sangre cotidiano.
Masacres, líderes y lideresas de todo tipo asesinados sin pausa alguna, poblaciones enteras amedrentadas y secuestradas por el paramilitarismo que opera abiertamente, o que se camufla bajo modalidades del narcotráfico y el sicariato para cumplir su fin,
es el signo claro de una política de tierra arrasada que se complementa con el robo y saqueo del patrimonio público, y la entrega de la soberanía para desestabilizar a Venezuela, una estrategia integral de la barbarie que se aceleró al quedar el movimiento social en una crisis, aún mayor de la que venía, por causa de los efectos socio-económicos de la pandemia.
La sangre y el saqueo no se van a detener. Nuestros verdugos jamás han desaprovechado su posición privilegiada dentro de la guerra para asesinar y empobrecer al pueblo colombiano - Leer texto completo