«EEUU se ha establecido como el enemigo mortal de todos los
gobiernos del pueblo, de toda movilización científico-socialista de la
conciencia en el mundo, de toda actividad antiimperialista en la
Tierra.» – George Jackson
Uno de los mitos fundacionales
del mundo contemporáneo Occidental es que el fascismo fue derrotado en
la Segunda Guerra Mundial por las democracias liberales, y
particularmente por los EEUU.
Con los subsiguientes juicios de Nuremberg y la paciente construcción de un orden mundial liberal, se erigió un baluarte, a trompicones y con la constante amenaza de regresión, contra el fascismo y su gemelo malvado en Oriente.
Las industrias culturales estadounidenses han ensayado este relato hasta la saciedad, convirtiéndolo en un Kool-Aid ideológico empalagoso y canalizándolo en cada hogar, choza y esquina de la calle con un televisor o teléfono inteligente, yuxtaponiendo incansablemente el mal supremo del nazismo con la libertad y la prosperidad de la democracia liberal.
Sin embargo, el registro material sugiere que este relato se basa en realidad en un antagonismo falso y que es necesario un cambio de paradigma para comprender la historia del liberalismo y el fascismo realmente existentes.