El giro de Zuckerberg hacia el «metaverso» pretende agregar una capa digital extra por encima del mundo real. La cosa es así: uno inicia sesión y es arriado hacia un bar virtual donde debe escuchar los chistes de su jefe.
Mientras tanto, la primera empresa inmobiliaria del metaverso vende propiedades sobrevaluadas en una Londres virtual y los gamers compiten por tokens no intercambiables.
Bienvenidos al zuckerverso, un lugar que nadie pidió pero en el que probablemente pasaremos mucho tiempo.
Facebook cambió su nombre a Meta. La movida es parte de una estrategia general que apunta al denominado metaverso, una red de experiencias interconectadas a la que se accede a través de cascos de realidad virtual (VR) y otros dispositivos de realidad aumentada (AR).
En palabras de Zuckerberg, «Hay que pensar que el metaverso es un internet corporizado, en el que, en vez de contentarnos con mirar el contenido, somos parte de él».
Los ejemplos más conocidos son las reuniones de trabajo virtuales realizadas con gafas VR, los juegos que transcurren en un universo que no deja de expandirse en la red y la posibilidad de acceder a una capa digital que recubre el mundo real gracias a la tecnología AR.
Como dueño de Facebook, Instagram, Whatsapp y Oculus —una compañía de realidad virtual—, el holding empresarial ahora conocido como Meta planea crear un mundo interconectado en el que transcurran nuestro trabajo, nuestra vida y nuestro tiempo de ocio (y se monetice cada aspecto de nuestra existencia).