No le echemos la culpa al empedrado. Nosotros somos responsables de esta vergonzosa situación.
Cálculos políticos miserables de la miscelánea partidaria han impedido construir la unidad del pueblo. Llegamos a esta coyuntura aun sin una brújula social y política que organice y conduzca a las fuerzas del cambio.
Hemos perdido más de 30 años de democracia simplona -pero democracia al fin- que permitían retomar el hilo histórico del avance democrático que se rompió en 1973.
El pueblo anhela cambios pero no está organizado para las batallas sociales y políticas que se interponen. La conciencia de lucha, asimismo, está erosionada en muchos sectores.
Los mecanismos hedonistas del consumismo han creado “paraísos” artificiales para ciudadanos reconvertidos en consumidores. Llegaremos al 21 de noviembre dispersos y amedrentados.
Los cuentos de camino del fascismo y la increíble insensibilidad de partidos que aseguran servir al pueblo, le brindan en bandeja una oportunidad a la cuadrilla más reaccionaria de la política.
El fascismo no hace en Chile nada novedoso. Repite su estrategia de siempre: sembrar el miedo. Miedo al desorden callejero, a los asaltantes, al crimen y al reinado de la droga. Su carta de presentación electoral es la mano dura que extirpará esos males sin contemplación.
Pero en realidad acude al rescate de la institucionalidad que se derrumba. Las instituciones civiles, militares y policiales –y por añadidura las religiosas- están hundidas hasta el pescuezo en el pantano de la corrupción.