Durante el mes de mayo el estado sionista de Israel llevó a cabo otra de sus acostumbradas masacres contra el pueblo palestino, iniciadas desde el mismo momento de su creación, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Estas matanzas forman parte de un genocidio planeado con premeditación criminal que quiere borrar de la faz de la tierra a los palestinos. Como parte de ese objetivo ha confinado a dos millones de seres humanos en Gaza, la cárcel a cielo abierto más grande del mundo, en un territorio de 300 kilómetros cuadrados.
Israel es un ocupante colonial de índole tradicional, que masacra y asesina a niños, mujeres y a palestinos en general.
Para que eso sea posible cuenta con el apoyo de los EEUU, la Unión Europea y lacayos pro-sionistas en varios continentes, incluyendo a los de América Latina.
El estado de Israel no se diferencia de los nazis, y por eso deben ser llamados los nazis de nuestro tiempo, o los nazis del medio oriente, algo que ya había dicho José Saramago hace unos veinte años al sostener que “lo que está ocurriendo en Palestina es un crimen que podemos comparar con lo que ocurrió en Auschwitz”.
Eso es posible por la impunidad de la que goza el Estado de Israel, impunidad que se apoya en la rentable industria del Holocausto, y cuyo sostén fundamental son los EEUU, sin importar cual sea el inquilino de la Casa Blanca.