Las estructuras del régimen colombiano se quiebran, y las fuerzas políticas se agitan. Como si se tratara de un poderoso huracán categoría cinco, se preparan para una potencia política que ya está transformándolo todo, y que devela el hedor de las podridas instituciones colombianas a medida que brota y muestra sus contornos; es el poder del pueblo, el poder popular.
La extrema derecha, el centrismo, el liberalismo progresista, le temen a su carácter porque es radical, es decir porque va a la raíz, y como ya ha quedado claro, y a costa de la decepción de muchos, dicha raíz no fue la reforma tributaria.
Ese poder popular, al revelarse, supera las cúpulas sustitutivas de todo orden, desatando la fuerza creativa de individuos y comunidades, anunciándose como poder social y político, lo cual espanta al uribismo y también al liberalismo.
La multitud de reivindicaciones y cambios estructurales que exige y traza el paro, no son expresión de confusión o ausencia de objetivos, como concluyen algunos dirigentes de izquierda, dicho enfoque caudillista, aunque reconoce el poder popular, en la práctica pretende suplantarlo.
La multiplicidad de exigencias, reivindicaciones, reformas, y transformaciones que los colombianos movilizados van esbozando, tampoco expresan caos como lo pretende el partido de gobierno, lo único que demuestra es orden, amplitud y resonancia, y en consecuencia una multiplicidad de objetivos que en medio de la lucha se sincronizan.