Desde su hora primera (1973) la iniciativa que solicitó un diagnóstico mundial sobre la información y la comunicación, sabía que tal tarea no sería un día de campo con paisajes de ensueño y clima fraterno.
Sabía que estaba desarrollándose, exponencialmente, un fenómeno (y una amenaza) con proporciones descomunales, anidado en la lógica misma del capitalismo en su fase imperial: la acumulación monopólica de la información expresada también en el campo simbólico y en el acopio, manipulación y producción de datos. Big data.
Veían que con dinero se podía manipular o extorsionar a los medios y a sus profesionales. Para diagnosticar eso con solvencia, tuvieron que armarse con los pertrechos éticos y metodológicos muy potentes mientras, por ejemplo, los horrores bélicos en Vietnam aportaban su cuota macabra transmitida al mundo en vivo y en directo, por los propios monopolios expandiéndose.
Lo que hoy se conoce como nuevo orden internacional de la información y de la comunicación ha ido reformulándose lentamente a partir de las recomendaciones emanadas de la cuarta Cumbre de Jefes de Estado en el Movimiento de Países No Alineados, realizada en Argel, en 1973.
Una de las armas éticas para semejante batalla diagnóstica era el propio Sean MacBride, quien fue ministro de Asuntos Exteriores de Irlanda; que en 1974 fue reconocido con el Premio Nobel de la Paz y más tarde, en 1977, recibió el Premio Lenin, que algunos equiparan con el Nobel.