Notables enfrentamientos retóricos a muy alto nivel, ocurridos recientemente entre EEUU, de un lado y, Rusia y China, de otro, han hecho que analistas se pregunten si estamos en el inicio de una nueva guerra fría.
Las alarmas saltaron a raíz del disparatado e insensato calificativo de asesino al presidente de Rusia, Vladimir Putin, por parte de su homólogo estadunidense, Joe Biden, con la consiguiente réplica rusa –ésta sí, inteligente y calibrada– y el duro choque verbal en un pueblo perdido de Alaska entre los más altos representantes de política exterior de China y EEUU, los cancilleres Wang Yi y Antony Blinken.
Una conclusión se desprende, por si a alguien le quedaba duda: Moscú y Pekín, aunque sin caer en provocaciones, no se cruzarán de brazos frente a la ilimitada insolencia y arrogancia de Washington.
No son nuevos los duelos verbales entre el primer poder imperialista y las dos potencias con las que, por más que le pese, debe sentarse a discutir los principales temas y diferendos internacionales.
La unipolaridad llegó a su fin en la primera década del siglo XXI aunque Washington insista en continuar pareciendo el matón del barrio y se embelese con sus discursos sobre el liderazgo mundial que supuestamente está destinado a ejercer.
No obstante, ha llamado la atención la temprana agresividad y el amateurismo diplomático con que se ha estrenado el equipo de Biden.