Vivimos en un planeta dominado por la hegemonía del capitalismo-mundo, manifestada en formas imperiales y subimperiales, en primer lugar de EEUU desde su emergencia luego de la Segunda Guerra Mundial.
En un momento de declive de la hegemonía imperial norteamericana en el planeta, vemos la conformación cada vez más evidente de bloques regionales que, de alguna manera, son contraposición a ella.
Esos bloques, en algunos casos, son incluso manifestación de determinadas burguesías nacionales cuyos intereses no tienen que alinearse necesariamente con los de EEUU
Por razones históricas y geográficas, Latinoamérica tiene una supeditación a la hegemonía norteamericana mucho más marcada y en condiciones de vasallaje mucho más manifiesto que otras regiones del mundo.
Por la misma razón, en nuestra región desde hace décadas se da batalla aguda en términos contra-hegemónicos. Las burguesías latinoamericanas carecen, desde hace mucho, de la capacidad y fuerza de erigirse en contraposición a EEUU, incluso si este limita su propio desarrollo como clase: es una burguesía clientelar.
Hay intentos de determinados sectores nacionalistas de las burguesías latinoamericanas de contraponerse a la hegemonía norteamericana, pero su alcance real ha estado muy limitado.
Su propia hegemonía dentro de sus países es, si acaso, muy inestable, lo que ha conducido a no pocos golpes de Estado y otros derrocamientos violentos mas o menos disfrazados de determinada legalidad “democrática”.
Esa realidad mundial y en particular regional, hace que nuestros ordenamientos jurídicos, incluyendo la constituciones, no son un ejercicio endógeno que se realiza al margen de ese contexto.