Primer capítulo de su libro 'A People's History of the United States' (La otra historia de los EEUU, enlace).
Los hombres y las mujeres arawak, desnudos, morenos y presos de la perplejidad, emergieron de sus poblados hacia las playas de la isla y se adentraron en las aguas para ver más de cerca el extraño barco.
Cuando Colón y sus marineros desembarcaron portando espadas y hablando de forma rara, los nativos arawak corrieron a darles la bienvenida, a llevarles alimentos, agua y obsequios. Después Colón escribió en su diario:
"Nos trajeron loros y bolas de algodón y lanzas y muchas otras cosas más que cambiaron por cuentas y cascabeles de halcón No tuvieron ningún inconveniente en darnos todo lo que poseían.
Eran de fuerte constitución, con cuerpos bien hechos y hermosos rasgos. No llevan armas, ni las conocen Al enseñarles una espada, la cogieron por la hoja y se cortaron al no saber lo que era No tienen hierro Sus lanzas son de caña.
Serían unos criados magníficos. Con cincuenta hombres los subyugaríamos a todos y con ellos haríamos lo que quisiéramos".
Estos arawaks de las Islas Antillas se parecían mucho a los indígenas del continente, que eran extraordinarios (así los calificarían repetidamente los observadores europeos) por su hospitalidad, su entrega a la hora de compartir.