«No entiendo por qué nos matan a nosotros, destruyen nuestros bosques y sacan petróleo para alimentar automóviles y más automóviles en una ciudad ya atestada de automóviles como Nueva York». (Dirigente indígena ecuatoriano)
I - La «Flor de las Indias», como las llamara en el siglo XIV el incansable viajero y mercader italiano Marco Polo (las mil doscientas islas e islotes de coral desperdigadas por el Océano Índico conocidas hoy como Islas Maldivas), con sus 500.000 habitantes (actualmente un paraíso turístico),
están condenadas a desaparecer bajo las aguas oceánicas en un lapso no mayor de 30 años si continúa el calentamiento global y el consecuente derretimiento de casquetes polares y glaciares.
Lo tragicómico es que sus habitantes no han vertido prácticamente un gramo de agentes contaminantes.
La globalización es un proceso no sólo económico; es un fenómeno político-social y cultural. Más aún: es un hecho civilizatorio. Extremando el concepto, donde más podemos verla (sufrirla) es en la perspectiva ecológica que trae el nuevo modelo de producción industrial surgido hace doscientos años con el capitalismo que tuvo lugar en Europa, hoy difundido por todo el orbe.
La globalización, en un sentido, es la mundialización de los problemas medioambientales, de los que nadie, en ningún punto del globo, puede sustraerse.
Por eso el ejemplo con que se abre el texto: un habitante «subdesarrollado» de la Polinesia sufre las consecuencias de un desaforado consumo de combustibles fósiles en otra parte del planeta, en ciudades «desarrolladas» plagadas de automóviles.
Es evidente que el planeta es uno solo, la casa común de la especie humana.
La solución a esa degradación de nuestra casa común, que desde hace algunos años se viene dando con velocidad vertiginosa, es más que un problema técnico: es político, y no hay ser humano sobre la faz del planeta que no tenga que ver con él.