Pretende restar prestigio y autoridad moral a la Convención Constitucional. Sin embargo, ella es la última esperanza de un cambio pacífico y democrático que ponga al país en la senda de la justicia social.
Las instituciones civiles, militares y religiosas se hunden en el pantano de la corrupción. Los ciudadanos toman cada vez más distancia de ellas. Sin embargo todavía no surge la fuerza social y política que organice y oriente el cambio.
A eso puede ayudar el trabajo de la Convención: a crear las condiciones para la emergencia de una fuerza conductora del nuevo Chile. Sin embargo el tiempo apremia porque la oligarquía se está jugando para salvar del naufragio el sistema que mediante terrorismo de estado edificó durante 17 años de dictadura.
Su táctica actual consiste en restar legitimidad a la Convención que ella misma se vio obligada a convocar para evitar el derrumbe del sistema. La oligarquía está consciente que de algún modo la Convención finalmente recuperará todos los poderes de una Asamblea Constituyente.
Su legado para Chile será una democracia verdadera con ciudadanos libres para decidir su destino.
Para impedirlo la fronda oligárquica ha reactivado su arsenal ofensivo: los medios de comunicación, los opinólogos tarifados, los “probados alquimistas del derecho” (1), los polluelos de SQM, Penta, Corpesca, etc.
Su táctica consiste en desprestigiar la Convención y poner en primer plano las elecciones presidencial y parlamentarias. En ese terreno la oligarquía tiene experiencia e ilimitados recursos. Ha criado parásitos que bajo diversos disfraces políticos intentan salvar el sistema y sus instituciones.